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PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN

"Si yo tuviera cien millones"

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Biografía de Pedro Antonio de Alarcón en Wikipedia

 
 
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II

Consiste el primero en dirigirme a uno de esos infinitos lores o banqueros ingleses, solterones , viejos , hipocondriacos , aburridos, excéntricos, que poseen, cuando menos, ochocientos o novecientos mil millones de libras esterlinas, y decirle estas o semejantes palabras:

— «Señor: vos tenéis setenta años de edad y un caudal inmenso.

«Carecéis de hijos que os hereden, y de tiempo y ocasión en que gozar de todos vuestros tesoros.

«Desprendiéndoos de cien millones de reales, quedaríais aún tan poderosamente rico, que no conoceríais en nada la insignificante merma que habríais hecho en el océano de oro que surca el pobre bajel de vuestra vida.

«Podríais seguir con los mismos palacios, con los mismos trenes, con la misma servidumbre, con la misma mesa y con la misma cama que tenéis hoy.

«¡Nada perderíais, absolutamente nada; como el Océano no pierde ni un átomo de su poderío, ni tiene que rectificar sus fronteras, cuando extraemos de él una o veinte toneladas de agua!

«En cambio, dándome esos cien millones, ganaríais muchas cosas que hoy no poseéis, muchos placeres que nunca habéis sentido, una jerarquía a que no habéis llegado y aquella paz del alma que le falta a vuestra vida.

«Ganaríais respeto entre los buenos, cariño verdadero y gratitud profunda en mi corazón, ufanía de vos mismo a vuestros propios ojos y títulos meritorios ante la misericordia divina.

«Tendríais en mí un hijo, y una familia en la mía; familia e hijo sumamente respetuosos y amantes (y además muy desinteresados), que no se alegrarían de vuestra muerte, sino que la llorarían de todas veras; dado que, habiéndoos heredado en vida, ningún legado esperarían ya en vuestro testamento.

«Viviríais oyendo nuestras bendiciones...

«Moriríais acompañado de nuestro amor...

«Mis hijos y los hijos de mis hijos adornarían de flores vuestra sepultura, como la del bienhechor de su estirpe...

«Tendríais defensores, mientras estuvieseis en este mundo; y gente que rogase e intercediese por vos, cuando estuvieseis en el otro.

»Y todo esto, os lo repito, desinteresadamente; pues el interés pasado no se llama interés; tiene un nombre más bello y santo: se llama gratitud.

»E interés futuro, ninguno, absolutamente ninguno, nos llevaríamos respecto de vos; supuesto que (os lo juro por la salvación de mi alma), si me dierais esos cien millones, nunca, jamás volveríamos a pediros nada, ni admitiríamos recompensa alguna por los obsequios, por las atenciones, por los cuidados que os dispensaríamos continuamente!

» Ahora bien (y prescindiendo de vos por un momento): este gran negocio que os propongo (que ya sería muy grande para vos, aunque no se tratara de mí, que soy bueno: aunque se tratara del más ingrato de los hombres; pues ningún alma grande cobra la usura de la gratitud cuando hace una buena obra); este grandísimo negocio, repito, adquiere doble y triple importancia tratándose de una persona como yo.

»Yo soy bueno, vuelvo a deciros; pero mis bellas dotes no son sólo de corazón; son también de inteligencia...

»Y he aquí por qué me apresuro a aconsejaros que, una vez convencido (como espero que os convenzáis), de lo mucho que os acomoda desprenderos de cien millones, me prefiráis a mí entre los muchos necesitados que conoceréis y aun quizás estimaréis en el mundo. — Convenientísimo os sería siempre dar a cualquiera esa pequeña suma; pero dármela a mí os acomoda mucho más!

»Sí, señor; yo brillo por las grandes cualidades de corazón y de inteligencia... para gastar dinero; para hacerlo lucir; para estirar una onza... como suele decirse.

»Yo me jacto (y a justo título) de conocer perfectamente la vida y las cosas de la vida; de distinguir los placeres legítimos de los falsificados; de discernir claramente en materia de afectos y creencias; de no confundir lo positivo con lo ilusorio, tomando por positivo lo material y pasajero, o por ilusorio lo ideal, lo poético, el sacro imperio del alma; de no trocar los frenos en punto a lo que es divino y a lo que es humano, y de saber apreciar los inconvenientes de ciertas alegrías y las ventajas de ciertos dolores. — Yo soy filósofo.

»Yo sé dónde está la verdadera miseria, digna de solícitos socorros; cuáles son los mejores platos y los mejores vinos, los mejores cigarros y el mejor café; qué sastre es el más hábil; qué virtudes merecen recompensa; qué mujeres resultan más encantadoras; qué poetas y qué sabios necesitan protección; qué muebles son los más cómodos; qué trenes los más bonitos; qué libros los que no tengo, y qué clase de vida la más provechosa para el cuerpo y para el alma. — Yo soy artista.

»Yo tengo hecho, en fin, mi presupuesto de gastos...

»Sólo me falta el de ingresos.

»Yo tengo estudiadas a las mil maravillas todas mis necesidades...

»Sólo me falta dinero para satisfacerlas.

»No sería yo ciertamente uno de esos hombres a quienes estorban los millones para ser personas decentes. No sería yo ese becerro de oro que patrocina el mal gusto, que levanta edificios abigarrados, que afea y vulgariza cuanto toca. No sería yo como el mayorazgo calavera que gasta su patrimonio en proteger neciamente el vicio, en fomentar locamente el mal. No sería yo como el insensato pródigo que vive en perpetuo escándalo, pagando comilonas a vagos y parásitos que se ríen de él y lo arruinan. No sería yo como el vil avaro, solterón, egoísta, que pasa la vida contando su dinero, lleno de privaciones y de zozobras, para que el mejor día la portera de su casa se lo encuentre muerto en un miserable catre de tijera, y cargue con las onzas de oro que él ha colocado en simétricos cartuchos. No sería yo como el desatentado jugador, ni como el imbécil domador de bailarinas; ni tampoco como el sandio especulador, que pudiendo llevar una vida sosegada, lleva una vida de perros, con tal de doblar un capital que, después de doble, no puede retribuirle los afanes ni el tiempo que le ha costado doblarlo...

» ¡Oh! no; yo no sería nada de eso.

»Yo gastaría mi dinero como filósofo, como artista, como cristiano. Procuraría ante todo estar en paz con mi alma, y que mi alma estuviera también en paz con Dios: protegería el mérito; premiaría la virtud (no en públicos certámenes); socorrería la miseria; fomentaría, en fin, las ciencias, las artes y la literatura. ¡Cada onza mía dejaría un rastro luminoso en la historia del género humano!

»¡Cuántas grandes obras se realizarían bajo mis auspicios! ¡Qué preciosidades artísticas adornarían mis salones! ¡Hasta la fachada de mi palacio sería un monumento público, un recreo para todos, una página para la civilización, una ufanía para mi siglo!

» ¡Y cuántas familias haría yo felices! ¡Cuántos genios ignorados sacaría yo a luz!... ¡Yo, que conozco tantos y tantos que sólo necesitan veinte duros para brillar!...

»¡Qué viajes tan útiles y tan aprovechados haríamos juntos! ¡Cómo emplearía en el bien la influencia que mis cien millones me darían cerca del Gobierno! ¡Qué periódico tan independiente fundaría, que dijese la verdad al público! ¡Cuántas feas me deberían su dote, su casamiento y su felicidad! ¡Qué conciertos, qué comidas, qué reuniones literarias, qué concursos, qué torneos, qué de maravillas habría en mi casa!

»iOh, señor inglés! ¡Oh, señor lordl ¡Oh, señor banquero!,.. Os veo conmovido... (continuaría yo exclamando.) ¡La verdad de mis palabras ha lucido ante vuestros ojos! ¡Vos mismo no habéis podido menos de asombraros al pensar en el ruido, en la gloria, en el provecho que podrían dar al mundo esos cien millones que duermen en vuestra arca, inútiles, mudos, empolvados, envilecidos en un ocio abominable! ¡Vos mismo os habéis espantado del inmenso poder que adquiere el dinero en unas manos como las mías! ¡Vos acabáis de recordar aquella gran frase de un filósofo: La prueba del poco aprecio que da Dios al dinero está en la clase de gente a quien se lo otorga a manos llenas! ¡Vos, en fin, sentís ya remordimientos de haber sido hasta aquí tan estérilmente rico, de no haberme conocido antes, de no haber adivinado mi existencia, de no haberme dado esos cien millones... no bien puse los pies en vuestra casa! 

Ahí tenéis mi primera idea.

¡Creo que es magnífica!

Yo, a lo menos, juro que, si me viera en el caso del inglés que he descrito; si fuera él y se me presentase un joven como yo y me dirigiese una arenga semejante a la que acabáis de oir..., le entregaría sin vacilar los cien millones...

¡Se los entregaría, sí! ¡Lo juro por lo más sagrado!

Pues bien: varias veces he consultado esa idea con hombres de mucho mundo y de grandísima experiencia, de todos me han aconsejado... que no vaya a Londres, si no quiero perder el dinero del viaje.»

Es decir, que mis consejeros opinan que el inglés no haría caso de mi arenga, y que desde luego me tomaría por loco.

¡Es decir (y aquí necesito ya hacer uso de las admiraciones), que mi colosal idea sería desconocida, befada y despreciada, como la fue mucho tiempo la de Colón, como lo fue la de Galileo, como lo es la de Montemayor!

¡Es decir, que el mundo seguirá siempre sordo a la voz del genio, ciego a la luz de la verdad, insensible a los rayos de la inspiración!!!

Después de desahogarme a mis anchas con tales o parecidas exclamaciones, consideré oportuno, al cabo de algún tiempo, renunciar á tan sencilla idea, y di cabida a esta otra, que no me pareció menos feliz y peregrina. 

 

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