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Antonio Martínez Viérgol (El sastre del campillo) en AlbaLearning

Antonio Martínez Viérgol

"La muerte de la muñeca"

Biografía de Antonio Martínez Viérgol en Wikipedia

 
 
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Música: Rachmaninov - Op.36, Sonata No.2 -II. Non allegro
 

La muerte de la muñeca

OBRAS DEL AUTOR
Cuentos
La muerte de la muñeca
 
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Era una muñeca preciosa.

iComo que se la había mandado a la futura marquesita de X, el día que tomó la primera comunión, su padrino el príncipe de ***! ...

Un príncipe ruso auténtico, quiero decir con dinero, a quien después de haber pasado en Biarritz su acostumbrada temporada veraniega, tan próspera por cierto en las lides del juego como en las de la galantería, se le ocurrió venir a ver España y se detuvo cerca de un año en la corte, donde bien pronto conquistó el campeonato de los salones por su figura arrogante y sus actos principescos, entre los cuales no fue el padrinazgo de la futura marquesita ni el menos ostentoso ni el menos comentado ...

Cuando Rosita, que así se llamaba ésta, cumplió con el precepto pascual, apresuróse a manifestárselo a su padrino en cariñosa carta, cuyo sobre costóle a la pobre reclamar el auxilio de la institutriz, y hasta el de sus papás y el del capellán de la casa, para que le ayudasen a distribuir todas las KÁS y las EFES correspondientes a un príncipe ruso; y aun así y todo, resultó equivocado.

Lo cual no fue obstáculo para que llegase a su destino y recibiese como contestación la pequeña comunicante una muñeca digna de la esplendidez y de la categoría del mandatario.

Era, según aseguraba la tapa del estuche, un modelo de los premiados en la última Exposición de París; un prodigio de juguetería mecánica que cerraba los ojos, que lloraba y reía y decía papá y mamá y otra porción de cosas; que tenía, en fin, hasta un resorte para andar sola, llevándola de la mano; una verdadera niña a la que no le faltaba más que el alma...

Casi tan alta como Rosita, de pelo rubio y de ojos azules como ella, hasta en las facciones tenía cierta semejanza, por lo cual más parecía su hermana que su muñeca.

En el palacio de los marqueses de X vino a llenar el vacío de Mimí, la hermanita de Rosa, muerta recientemente, cuyo nombre y vestidos heredó, lo mismo que la cunita en que aquella volara al cielo y su asiento en la mesa y en el carruaje y la atención de todos, incluso de los criados, algunos de los cuales renegaban de ella por lo que daba que hacer, y hasta le tenían tirria.

Entre éstos figuraba, en primer término, el lacayo, quien siempre que la subía al carruaje tenia la mala suerte de oprimirla el resorte del llanto, lo cual le costaba sendos regaños, pues el llanto mecánico de la muñeca recordaba a los marqueses el de su Mimí, que también lloraba, indefectiblemente, en tales ocasiones.

- Pero Juan -le decía la marquesa. - ¡Cuidado que es usted brusco con las criaturas!

Y el buen Juan subía al pescante y se consolaba con el cochero, a quien tampoco era muy simpático el juguete.

- ¡Mira que llamar criatura a ese trastajo! - murmuraba Juan. - El mejor día le estrello contra las piedras.

- Ten cuidado - le contestaba el cochero - porque bien puede ser que los tribunales de justicia le consideren como tal, y vas a presidio por infanticidia.

- ¿A presidio por una muñeca?

- Por matar a otras muñecas con la cabeza y el corazón tan huecos como los de esa, hay muchos hombres perdidos para toda su vida.

y Juan cerraba colérico los puños, miraba con el rabillo del ojo hacia dentro y murmuraba: ¡Tú morirás a mis manos!

Pero lo que más acrecentaba el odio de Juan hacia la muñeca, era el ridículo que por ella corría en todos los paseos.

Apenas se apeaban los señores en el Retiro o en la Castellana, le hacían llevarla de la mano como llevaba a la pobre Mimí, que tampoco le era muy simpática por lo rabiosa y antojadiza, y los chiquillos y las niñeras, y hasta las graves amas de cría, tan pronto se apercibían del engaño, comenzaban a hacerle burla y a decirle chirigotas ultrajantes para su dignidad de lacayo de casa grande.

Ya era célebre en el Retiro, donde le esperaban para divertirse como a los gigantones de su tierra, y esto le ponía fuera de tino.

- iCuántas veces apretaba frenético de ira la manó de la muñeca, pretendiendo pulverizarla los huesos! Y como en ellas tenía, precisamente, el resorte del llanto, comenzaba a llorar con tal perfección, que el mismo Juan se gozaba de su martirio creyéndole verdadero.

- Juan, no seas bruto - le decía Rosita - que la haces daño.

Y la marquesa, por una extraña adaptación psicológica, también se ponía hecha una furia y lanzaba sobre él todo el poderío de su señorial estirpe. - ¡Maldita muñeca! iVa a ser mi perdición! murmuraba Juan para su librea.

***

Aquel día se celebraba el santo de Mimí y como es natural era la reina de la fiesta la muñeca.

Los marqueses, buscando en esta mecánica suplantación un consuelo, derramaban sobre ella todas las grac.ias de su paternal cariño, hasta el punto de excitar la envidia de Rosita, que ya participaba un poco de la mala voluntad que el juguete causaba a la servidumbre.

Porque la primera doncella estaba harta de rizarle los hucles, y el ayuda de cámara de lustrarle los zapatitos, y la segunda doncella de repasarle los calcetines, que los rompía en fuerza de andar como una persona, y especialmente el del pie izquierdo, y el mozo de comedor estaba harto de sentarla a la mesa y de hacer que la servía, siempre que a Rosita o a los marqueses se les antojaba, porque también se les antojaba a los marqueses, sobre todo de aquellos platos que más gustaban a la pobre Mimí; y al ama que crió a ésta se la llevaban los, demonios, porque veía en la suplantación de la muñeca una profanación intolerable.

Y acaso estaba en lo cierto.

Ello es que se celebraba banquete familiar en honor
de la muñeca, y que los marqueses llevaron su ridículo consuelo hasta vestirla de primera comunión, porque aquel día la hubiese tomado Mimí si viviera, y a comprarle la cama grande que a ésta le habían prometido para dicha fecha, lo cual ya llegó a colmar la envidia de Rosita, que hizo poco menos que cuestión de confianza, después de comer, la de acostarse en ella.

Tal se puso, que la propia marquesa la acompañó a la alcoba de la muñeca, o sea la que Mimí ocupara en vida, y la dejó en la cama nueva y reluciente, dándole un par de besos y prometiendo comprarle otra igual para acabar de contentarla.

Cuando la doncella subió para acostar a los niños, frase con que se presentaba todas las noches, la marquesa la ordenó que se retirara porque ya estaban en la cama.

***

Ya era media noche, y todavía duraba abajo, en la cocina, la reunión de los criados, a quienes había llegado parte del familiar banquete.

Juan había bebido un poco más de lo mucho que acostumbraba y estaba delicioso.

- Esta noche mato a la muñeca - exclamó blandiendo el hacha de la cocina, con que se partía la leña.

La idea fue recibida con una salva de aplausos, prueba inequívoca de las pocas simpatías con que contaba el jugnete.

En aquel momento ofrecía la cocina de los marqueses de X el pintoresco cuadro de la Conjura de HUGONOTES.

Hasta el ama de cría de Mimí blandía su cuchillo, pidiendo venganza ...

- ¡Buen estreno de cama va a tener! - rugió Juan, desapareciendo con el hacha de la cocina.

Los demás criados se quedaron mudos e inmóviles, como deben quedarse los cómplices de un crimen mientras éste se perpetra.

Al poco rato regresaba Juan, tambaleándose y con el semblante inundado de estúpida alegría.

- Bebamos, compañeros - balbuceó, llenando su vaso. - Le he metido un hachazo en la cabeza, que de fijo le he hecho añicos todos los resortes.

- ¡Sangre! i Sangre! - exclamó el cochero fijándose
en el hacha.

Todos se sobrecogieron espantados.

- No hagáis caso - replicó Juan apurando su copa. - ¡Hasta sangre tenía dentro! ¡Lo que inventan
estos franchutes!

***

A la mañana siguiente una pareja de la guardia
civil se llevaba a Juan a la cárcel.

- ¡Ya decía yo que la muñeca iba a ser mi perdición! - gemía el lacayo con los ojos arrasados en
lágrimas.

- ¡Cuando yo te aseguraba - repuso el cochero - que hay muchos hombres en presidio por matar a una muñeca!

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